Tipo humilde donde los haya, confiesa que no siempre fue así. Su humildad emana del mismo lugar y del mismo tiempo que lo hace su gran fobia. Era un niño, niño prodigio le llamaban, pero no dejaba de ser un niño. Cierto es que hacía con gran facilidad lo que niños mucho mayores hacían con dificultad, si es que eran capaces y esto creó en él un estado de excitación y casi obsesión: era el mejor y tenía que demostrarlo. Parecía fácil ... y realmente lo era.
Sin embargo, todo cambiaría poco después. Y lo haría por la vía dolorosa, al igual que un niño de siete años que en clase de kárate llama mamá al instructor, causando esto más un bochorno personal que público. En su caso se encontraba haciendo lo que más le gustaba, que, casualidades de la vida, o quizás no, era lo que mejor sabía hacer. Una vez más había dejado en evidencia a un niño al que no conocía, ni siquiera podía decirse que le cayera mal. Fue igual de fácil que siempre, le engañó haciendo pensar que haría una cosa fácil para luego hacer una inverosímil dejándole con esa expresión en los ojos que ya tan bien conocía.
Sin embargo, no se sabe muy bien qué pasó. De hecho, el trauma borró los detalles de su memoria y nadie más parece recordar el suceso con detalle. Lo único que recuerda es una multitud enfervorecida, como si les hubieran atacado unos payasos terroristas con centenares de bombas de gas de la risa. Sus rostros desencajados reflejaban la hilaridad del momento, sus ojos buscaban maquinalmente a su presa, que, cual avestruz, solo sabía meter la cabeza en la camiseta.
Buscó entre la masa alguna cara amiga y solo encontró alguna que otra, dividida entre la contagiosa risa y la conmiseración. Fue un golpe muy duro, pero fue el golpe que necesitaba. Le enseñó la importancia del respeto, le enseñó la humildad que le faltaba, y durante al menos en 37 de las últimas 245 ocasiones en que su nombre fue coreado como el de todo un héroe, su conciencia resaltaba su cualidad de humano. Afortunadamente el recuerdo solo duraba una centésima de segundo tras la cual despertaba y hacía lo que mejor sabía hacer, esta vez sin ninguna vanidad. Recordando cuál era su peor miedo: fallar a puerta vacía.
Un saludo, Domingo
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