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sábado, 26 de noviembre de 2011

Qué pechá más tonta

Pues sí, qué pechá de llorar más tonta el otro día. La verdad es que la segunda mitad de noviembre no está siendo particularmente buena. Hay cosas serias, aunque afortunadamente no me toquen de lleno, como la muerte del padre de un amigo. Hay cosas secundarias como que se te rompa una cerradura y tengas que cambiarla. Bueno yo no, porque a la hora que llego a casa no es cuestión de ponerse a armar ruido taladrando. Así que hay que pedir ayuda a la familia. Y hay otras que simplemente demuestran lo cruel que es, en la mayoría de casos, la existencia y cuán artificial es nuestra vida actual.

Hace unos años murió atropellado Kite, un gato de poco más de un año. Dos años después, la vida sigue sin ser sencilla y los gatos siguen naciendo y muriendo. Uno de ellos Dexter, un gatito callejero,de uno o dos meses, que ha formado parte, muy brevemente, de nuestra familia. Llegó lleno de pulgas y enfermo, aunque con la vitalidad que le daba el tener que tener que vivir en la calle. Lo adoptamos con la intención de salvarlo de una muerte segura y al par de días parecía que lo habíamos conseguido pues si bien durante el primer y segundo día estuvo muy apagado, poco a poco empezó a coger confianza, a moverse y hasta a ir a su caja de arena para hacer sus cosas.

Sin embargo, su debilidad, los parásitos que tenía y quién sabe si algo que hubiéramos hecho mal, aunque tampoco lo veo muy probable, hicieron que recayera. Este lunes pasado mi mujer lo llevó al veterinario y le dijeron que estaba muy mal, sus heces infestadas de huevos de lombrices y con una temperatura que no llegaba ni a los 35º cuando lo normal en en un gato son 38º. Le suministraron antibióticos y vitaminas con la esperanza de que pudiera llegar hasta el día siguiente y, si estaba algo mejor, intentar desparasitarlo.

Lo pusimos en el salón, en una camita, tapado y con una bolsa de gel calentito para que le diera algo del calor que él no parecía ser capaz de generar. Por la mañana, mi mujer lo encontró, quién sabe guiado por qué motivación, fuera de su camita, en la alfombra, aterido de frío, agonizando. Lo volvió a poner, a calentar la bolsa, a intentar darle algo de suero ... pero en vano. Cuando bajé yo, todavía respiraba, con esfuerzo pero respiraba. Sin embargo, cada minuto que pasaba, la frecuencia bajaba. Creo que lo vi morir.

Como le dije a mis compañeros de trabajo cuando se lo conté y dando título a esta entrada ... qué pechá de llorar tan tonta. Y eso que yo no había tratado tanto con él como mi mujer, apenas lo había cogido o acariciado un par de veces, pero sí que le había puesto el nombre y, por supuesto, le había cogido cariño. Y además de eso uno está acostumbrado a un mundo en el que las mascotas viven muchos años, nosotros apenas enfermamos y cuando lo hacemos nos dan tres pastillas y listos, pareciera que vamos a vivir cien años en pleno uso de nuestras facultades y todo ello no es sino una parte muy pequeña de lo que pasa en este planeta nuestro. Aquí, a unos cuantos miles, si no cientos de kilómetros, la vida es como la de los gatos y las personas rara vez lloran porque se muere un gatito. Primum vivere, deinde filosofare. En esos sitios, las personas son los "gatos".

Eso, por supuesto, no quita para que la muerte de Dexter me diera mucha pena.

Un saludo, Domingo.

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