Casi todo llega en esta vida. Casi todo lo que tiene que llegar, claro está. Por ejemplo, la multa que me pusieron hace unos meses, cuatro para ser precisos. Y esta vez tocará pagar, de poco sirve que no molestara a nadie, absolutamente nadie ni que haya por allí kilómetros de zona amarilla que no se respetan. Yo lo puse delante del edificio de los jefes y alguien debió quejarse.
Tenía la esperanza de que se hubiera traspapelado, de que el agente de turno, enrabietado por un acto tan cobarde y traicionero :-D, hubiera dejado un papelito sobre el cristal mientras tiraba la otra copia para que nuestro alcalde no se enterara. Pero no, la multa llegó.
Aproveché las nuevas tecnologías para mirar ese tablón edictal que tanto promocionaron hace unos meses y con un cacofónico nombre, "testra", que anima más a pensar en un malévolo "estestratonto" que en un cariñoso "testraño tanto, cariño mío". Durante varios días e incluso algún mes después, miré a ver si mi sanción aparecía allí. Y para mi gozo entonces y mi pozo ahora, ni aparecía ni aparece. Será, pues, otra web más que nos habrá costado un dineral y que funciona a medias para todas las administraciones o plenamente para algunas de ellas. Pero no, la multa llegó.
Había pensado también en cambiar los neumáticos a pensar de que yo todavía los veo bien y no me dijeran nada en ninguna de las revisiones que el coche ha sufrido estoicamente en el último mes. Había pensado en cambiarlos y luego había pensado en ahorrarme el dinero, al menos hasta que pasen unos meses y los neumáticos sí que lo pidan, aunque no sea a gritos. Pues sí, porque la multa llegó.
De hecho voy a verlo como que el retraso de los neumáticos va a refinanciar la multa, la boda de la semana que viene y los neumáticos que un servidor se va a poner de aquí en adelante cuando salga a correr :-).
Hablando de correr, indescriptible la alegría que derrochaba mi cara el jueves pasado a escasos segundos de comienzo del partido. Yo, usualmente inamovible cual estatua en el lateral izquierdo del terreno de juego (ahí donde estorbo menos) vi que empezábamos muy agazapados a pesar de tener el balón y de que nuestros rivales eran sensiblemente mejores, exceptuando quizás al portero. Bueno, al portero seguro y quizás a uno o dos más, que, aunque son muy buenos, tampoco están en plena forma.
Empecé con la múltiple intención de facilitar la salida del balón por mi lado, de arrastrar a los que atacaban por allí y, a ser posible, causar algo de desconcierto entre las huestes enemigas. Y algo de desconcierto sí que causé, aunque más bien en todas las huestes. En una alegre aunque no desbocada cabalgada, superé pronto el centro del campo y llegué al filo del área, aproximadamente en la misma vertical que marca el centro del campo. Allí alguien sugirió que tuvieran cuidado conmigo. Y muchos supongo que pensaron que para qué, total el balón estaba arriba, junto a todos mis compañeros y yo, solito como Marco sin Amedio, en la punta de ataque.
No detuve mi cabalgada allí y progresé hacia el extremo derecho aprovechando la carencia del defensor que usualmente "detenta" esa demarcación. Y en estas que un alma cándida, con guante de seda por bota, desoyendo críticas propias y ajenas centró milimétricamente hacia donde yo corría. El balón, con efecto, amenazó con irse cerrando y fallar mi testa, el punto al que iba dirigido. Así que yo, reduje mi velocidad hasta casi pararme y, cual experto cabeceador, busqué el balón peinándolo yo a él en vez de él a mí (el diría que era imposible y que por eso me dio casi en la coronilla) y enviándolo sin remisión al segundo palo, ante la mirada incrédula del portero que había salido para intentar evitar lo que, a todas luces, ya era evitable.
Es cierto que durante un par de segundos la duda anidó en mí y pensé que el balón daría en el palo y el gran gol de mi carrera se iría a dormir el sueño de los justos. Así que hice el amago de empezar a correr hacia el segundo palo por si el rebote me fuera favorable a pesar de que justo al lado tenía a un médico de casi dos metros que lo hubiera evitado con poco más que estirar la pierna, que no la pata. Pero afortunadamente no hizo falta y pude cancelar el intento de demarraje y concentrarme en salir corriendo henchido de alegría, dando la mano al único rival que me la ofreció, compañero de fatigas de los sábados y fundiéndome en un abrazo con el dueño de la prodigiosa bota que había obrado gran parte del milagro. Por cierto, la bota es de la misma marca que las mías, pero algo más debe haber porque las mías no pasan ni chutan así.
Como gesto de agradecimiento, la semana que viene le llevaré algo que le había prometido, una de esas cosas que él colecciona y que tiene por miles.
Echando la vista atrás, en los últimos meses ese campo me ha visto marcar desde el centro aprovechando que el sol y el portero no se llevaban muy bien, golpear el larguero en la jugada subsiguiente desde posición similar, marcar un gol olímpico y, ahora, otro de cabeza. En el partido de esta mañana he dicho que es porque, desde que ha vuelto Pepe, me fijo en lo que él hace :-D.
Pero se ve que es muy puntual porque, hoy por ejemplo, he jugado fatal. Aunque también es verdad que ayer doné plasma y que el jugar mal, o al menos no con la intensidad que suelo, era inevitable. En fin, ya llegará el día en que haga un magnífico partido un sábado. Todo llega, como el día en que mi hermano ha traído a su novia a casa. También ha llegado. Todo llega.
Todo llega y pasa en España,
Otrora triste/alegre piel de toro,
Dieron fuerte, dieron caña,
Olvidados Reyes Godos.
Un saludo, Domingo.
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