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sábado, 11 de junio de 2011

Archidona

La semana pasada estuve en Archidona, jugando un partidito de fútbol. Era la primera vez que iba y, aunque no pude ver mucho, la verdad es que me gustaría volver. Aquel día, íbamos en dos coches, uno guiado por un "géiper ese" que diría mi padre y el otro por la voz de la experiencia así como otro coche lanzadera al que seguíamos. El resultado fue que ambos llegamos a Archidona pero nosotros llegaríamos 5 minutos después por una agradable autopista hasta casi el final y el otro coche unos 5 minutos antes por un camino lleno de curvas de esas que quitan las ganas de volver. Yo, como fui (aunque ciertamente de copiloto) por el lado bueno (por Antequera), no solo no tendría inconvenientes sino que, como dije antes, me gustaría volver.

Pues bien, Archidona está en alto (entiendo que para facilitar su defensa) y en un cerro anexo, todavía un poquito más alto, está el campo de fútbol. Aquello debía ser hace siglos un punto privilegiado de vigilancia. Ahora también lo es, más que nada porque hay que poner vigilancia al balón porque, si disparas excesivamente fuerte, sale del campo del fútbol y, en lenguaje local, "traspone". Eso en román paladino viene a ser que salta la zona de tierra elevada para llegar a caer a una zona que no está elevada sino en abrupto descenso, cualidad que a la pelota le hace especial gracia, se envalentona y acaba trasponiendo todavía más allá.

Afortunadamente eso solo pasó una vez. El resto del partido lo dedicamos a jugar los de blanco contra los que llevaban petos naranjas. Los de los petos eran en su mayoría oriundos del terreno o de terruños aledaños. Un grupúsculo de hombres que tenían en común haber estudiado medicina años ha y, en la mayor parte de casos, ejercer hoy en día. Este grupúsculo tenía otra característica común y era la de no encontrarse familiarizados (al menos de forma habitual) con el balón. No es que fueran excesivamente peores que nosotros, pero la edad y la costumbre algo hacían. Así que tuvimos que hacer un par de cambios.

Con los nuevos refuerzos, la incruenta contienda estuvo más igualada y tuvimos que sacar nuestra arma más secreta y mortífera, Alberto, un niño de 9 ó 10 años, hijo de uno de nuestros jugadores (mermado físicamente además) que se erigió en protagonista. Tras recibir dos o tres goles y acabar llorando como una magdalena porque no le dejaban jugar, se rehizo, presionó como el que más y acabó convirtiendo un par de pases en cosas en las que tampoco habíamos mostrado nosotros mucha habilidad: goles.

Creo recordar que el partido acabó 7-5 ó 7-6. De ellos 3 ó 4 llevaron la firma de Alberto. En lo personal, asumí el mando en el eje de la defensa y hasta me sumé alguna vez al ataque. Me tragué algún que otro pase, corté varios y la cadera no me molestó así que todo bastante bien. Tras pitar el final del partido, no sabemos si por cumplirse el tiempo reglamentado, el reglamentario o porque no podían más, nos fuimos para las duchas. Nos dimos un buen fregoteo (bueno, cada uno a sí mismo) y a buscar dónde comer.

Buscar dónde comer no fue tanto reto como aparcar pero bueno, se aparcó más o menos y llegamos al lugar convenido para la reunión: La Plaza Ochavada:

http://es.wikipedia.org/wiki/Plaza_Ochavada_%28Archidona%29

Mejor dicho, no llegamos hasta que pasaron por la calle todos los participantes de "La XXIII ruta del Olivo" o algo así, ruta compuesta por coches de época conducidos en su mayoría por gente aparentemente de nivel adquisitivo alto que llevaban, también en su mayoría, un polo, un gorro o un algo con la banderita de España. Como era común en todos, entiendo que debe ser algún tipo de distintivo, sobre todo si van a sitios donde también hay coches de otros países. En cualquier caso, saqué el móvil, hice varias fotos rápidas y entré en la plaza por la puerta grande (que no sé si es la única que tiene). Allí estaban los demás que ya sabían dónde íbamos a comer.

El sitio en concreto se llamaba "Arxidune" y parece que no tiene página web. Se trata de un local con la apariencia de las típicas cuevas excavadas en la piedra y con techos abovedados. En contraposición con su aspecto, el nombre y el tipo de comida, una especie de fusión de comida tradicional con la "nouvelle cuisine" o la cocina más "pijilla" que alimenta más el ojo que el estómago. El resultado fue gratamente sorprendente. En particular había una ensalada acompañada con un pollo frito que debía tener frío y se había echado por encima una mantita de queso de cabra caramelizado. La porra (archidonesa según ellos, antequerana según los que dicen que Archidona es un barrio de Antequera) también estaba muy buena. Además, ambas cosas tenían en común el vinagre balsámico. Eso, junto con un entrate de ibéricos y unos buñuelos con miel nos dejaron prácticamente saciados. También es cierto que tardaron bastante y también es cierto que habíamos llegado 30 personas sin avisar. Pero no por estar prácticamente saciados acabó ahí la cosa. Mejor tarde que nunca llegaron unas parrilladas que también estaban para chuparse los dedos.

Prácticamente tres horas después de llegar, salimos del lugar con las barrigas llenas y 20 euros menos en el bolsillo. Entre medias, una agradable charla con la gente de los jueves, alguno de los sábados y también un matrimonio que fue el único que se quiso sentar junto a la mesa de las criaturas (crianças que dirían los portugueses) junto a la que nos encontrábamos.

Finalmente, tras reponer más de lo que habíamos gastado, intentamos despedirnos. Nos costó algo de trabajo porque querían tomarse un café pero nosotros estábamos pensando ya más en llegar a Málaga para hacer cada uno sus cosas que en ningún café. Así que nos despedimos hasta la próxima que no sabemos dónde será pues la anterior no sé si fue también en Archidona (pero no fuimos) y la anterior de la anterior fue en Málaga (y también nos invitaron a jugar, esta vez a fútbol sala).

En fin, visto lo visto, que fue poco, un día de estos habrá que volver.

Un saludo, Domingo.

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