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viernes, 23 de diciembre de 2011

Me apreciaba ... y yo a él

No solo hay momentos buenos; también los hay malos. Y dice el acervo popular que hay más de uno y además tienden a coincidir en el tiempo. En este caso, se han concentrado en una serie de pérdidas de las cuales solo una ha sido realmente importante. Las otras, más accesorias, pero también pérdidas por eso de no quitarle la razón al refranero popular.


En la parte accesoria, hace menos de un mes tenía tres gatos. En un solo día desaparecieron dos de ellos para siempre. Un par de semanas después el tercero desapareció y ahora mismo hay pocas esperanzas de que vuelva a aparecer. Ojalá que nos lleve la contraria, que no estaría mal, nada mal.

En la parte importante, mi suegro. Hace un mes estaba perfectamente, o así lo parecía. Desgraciadamente no era cierto y todos éramos ajenos al profundo mal que le afectaba y que en unas semanas acabaría con su vida. No es ni el momento ni el lugar de dar detalles y, evidentemente, no los daré, pero el martes pasado se produjo el luctuoso hecho. Pasada la una de la tarde, mi mujer me llamó comunicándomelo. Había querido llamarla por la mañana pero primero una reunión de trabajo y luego el trabajo en sí lo había impedido. Terminé lo poco que tenía que terminar, le comenté la situación a mis responsables y me dirigí al hospital.

Al llegar allí me encontré con mi cuñado, subimos y allí estaban mi mujer, mi suegra y algunos familiares más. Tras los iniciales momentos de emoción, terminamos de recoger los efectos personales y bajamos. Mi hermano apareció por allí y empezó a agilizar los trámites burocráticos. La verdad es que solo puedo agradecerle cómo se ha portado.

Algo menos de un par de horas después partió el coche fúnebre para el tanatorio y nosotros para la casa a cambiarnos. Nada más llegar a la casa, me encontré con el destrozo que había causado el perro en la jardinera. Eso era ya lo que faltaba, pero bueno, nada en comparación con lo importante. Tras adecentarnos fuimos al tanatorio de donde la familia de primer grado no saldría hasta el día siguiente y yo igual excepto por una escapada a la tienda para hacer una compra que el destino había precipitado.

Hasta ahora había acudido a velatorios pero nunca había pasado la noche en una tanatosala. El caso donde hubiera sido más probable que lo hiciera me pilló a dos vuelos y dos taxis de distancia: el fallecimiento de mi tío Fali hace ya dos años. Esta vez fui testigo, en primer lugar de cómo se hacen estas cosas en los pueblos (ignoro si en Málaga se hace igual). Esto incluyó que parte de la familia se acercó al Mercadona de rigor para comprar alguna que otra cosa que sirviera de tentempié y/o permitiera esquivar el sueño. No sé si fue por eso, muy probablemente no, pero el sueño me fue esquivo. El único momento en que parecía que iba a dar una cabezada me sorprendió soñando con mi perro mordiendo un cable eléctrico y me desperté sobresaltado acordándome de los ancestros del perro hasta, posiblemente, tiempos de Ludovico.

Sobre las 9, habida cuenta que la ceremonia religiosa sería a las 12:30, regresamos a la casa para tomar una ducha y vestirnos apropiadamente. Aprovechamos también para dejar a mi suegra en su casa y que procediera a hacer lo propio y para pasarnos por el campo a dar de comer a los animales, que los pobres no tenían culpa de nada. Una vez con el deber cumplido y con algo de agua por encima, aproveché que mi forma física actual es prácticamente similar a la de mi hermano hace diez años para vestirme de negro, tal como mi suegra deseaba. Todos los yernos lo hicimos y también mi cuñado. Posiblemente se trata de algo que hoy en día no tiene mucho sentido pero también es cierto que hay que entender que nuestras costumbres no son las costumbres de nuestros padres y que no costaba trabajo hacerlo.

Volvimos al tanatorio y poco después tuvo lugar la ceremonia. Una ceremonia completamente diferente a cualquier otra en la que haya participado. Creo que cualquier hecho diferencial puede ser destacado.
En primer lugar los yernos y el hermano de una nuera porque mi cuñado estaba, lógicamente, muy afectado, llevamos el féretro.Al día siguiente me dolería la zona del hombro donde la madera se apoyó estaba ligeramente adolorida pero en el momento la verdad es que se llevaba bien aún sin estar acostumbrado.
En segundo lugar, en el pueblo pasa todo el mundo tras la misa dando el pésame a la familia. Serían unos diez minutos en los que yo, pegado a la escalera de la salida, tuve que ayudar a no menos de tres o cuatro personas mayores que se tropezaban o trababan al subirlas.
En tercer lugar porque aguanté aceptablemente bien las emociones hasta después del entierro. Sin embargo, cuando miré al empleado público que se encargaba de sellar el nicho con su palustre y su yeso, y descubrí que llevaba un reloj como el que mi suegro siempre había llevado, incluso hasta dentro del hospital, no pude evitarlo y romí a llorar. Imagino que cada uno tendrá su resorte que le hace traspasar ese umbral variable que define cuándo las emociones pueden contigo o tú con ellas. El mío fue ese.

En fin, se nos ha ido mi suegro, un buen hombre. Recuerdo ahora algunas de las palabras que dediqué a mi abuelo cuando escribí sobre su muerte. Creo que dije fundamentalmente eso, que fue un buen hombre. A mi suegro lo conocí mucho menos pero quizás mi edad me ha permitido sacar más enseñanzas del poco tiempo que lo traté. Se trataba de un hombre con una sola palabra de valor superior al de la firma. De esos que puede tardar en darla, pero si la da es para cumplirla. Ya lo dice el refranero: los últimos en prometer son los primeros en cumplir. El trato áspero que ha podido dedicar a otras personas y que era característico de su personalidad nunca lo he percibido cuando hablaba conmigo. Creo poder decir que me apreciaba ... y yo a él. Personas con sus pocas cosas malas nos quedan muchas, con las muchas buenas, nos quedan muy pocos, diría yo. Esperemos que alguna vez vuelvan, si no esos tiempos que los vieron nacer, sí ese tipo de personas.

Un saludo, Domingo.

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